TEXTOS LUIS CABALLERO (I)
Sirvan de primicia algunos de los textos que a titulo de confesiones me pasó Luis Caballero para que podamos seguir honrando su memoria.
PROLOGO
Mi corazón está aquí
Dios mío, Hunde tu cetro en él, señor
Es un membrillo
Demasiado otoñal
Y está podrido
Arranca los esqueletos
De los gavilanes líricos
Que, tanto lo hirieron
Y si acaso tiene pico
Móndale su corteza de hastío.
Si no quieres hacerlo,
Me da lo mismo
Guárdate tu cielo azul
Que es tan aburrido,
El rigodón de los astros
Y tu infinito,
Que yo pediré prestado
El corazón a mi amigo.
Un corazón con arroyos y pinos
Y un ruiseñor de hierro
Que resista el martillo de los siglos.
Además, Satanás me quiere mucho,
Fue compañero mío
En un examen
De lujuria, y el pícaro
Buscará a Margarita,
Me lo tiene ofrecido Margarita
Sobre un fondo de viejos olivos
Con dos trenzas de noche
De estío,
Para que yo lo desgarre
Sus muslos limpios
Y entonces, ¡OH, Señor¡
Seré tan rico o más que tu.
Porque el vacío
No puede compararse al vino
Conque Satanás obsequia
A sus buenos amigos.
Licor hecho con llanto
¡Que más da! Es lo mismo
Que tu licor Dime Señor
Compuesto de trinos
¡Dios mío!
¿Nos hunde en la sombra del abismo?
¿Somos pájaros ciegos sin nido?
La luz se va a pagando.
¿ Y el aceite divino?
Las agonizan.
¿Has querido jugar como si fuéramos Soldaditos?
¡Dime Señor! Dios mío
¿No llega el dolor nuestro a tus oídos?
¿No han hecho las blasfemias
Babel y sin ladrillos
para herirte, o te gustan
los gritos?
¿Estás sordo? ¿Estás ciego?
O eres bizco de espíritu
Y ves en el alma humana
En tonos invertidos.
¡O Señor soñoliento!
¡Mira mi corazón frío.
Como un membrillo
demasiado otoñal
que está podrido!
Si tu luz va a llegar,
Abre los ojos vivos;
Pero sí continuas Dormido,
Ven, Satanás errante,
Sangriento peregrino
Ponme la Margarita
Morena en los olivos
Con las trenzas de noche de estío
Que yo sabré encenderle
Sus ojos pensativos
Con mis besos manchados de lirios.
Y oiré una tarde ciega
Mi ¡Enrique! ¡Enrique!
Lírico
Mientras todos mis sueños
Se llenan de rocío.
Aquí, Señor te dejo
Mi corazón antiguo
Voy a pedir prestado
Otro nuevo a un amigo.
Corazón con arroyo y pinos
Corazón sin culebras
ni lirios robusto, con la gracia
de un joven campesino
que atraviesa de un salto el río.
ECIJA, CIUDAD DEL SOL, TE LLAMAREMOS UNA
Toda esta edénica perspectiva acontecida como un circunstancial regalo bienhechor me la iban a cambiar por un torrente de sol iluminador de altas torres y soberbios palacios: “Ecija, ciudad del sol te llamaremos una”
Nos destinaban en este otro movimiento – ya sin plato colgado ni manta al hombro – Deposito de Recría y Doma ubicado en la monumental ciudad de las torres. “Ecija al sol, Venecia en luna llena” Para mi otro descubrimiento.
Éramos una compañía de muchachos españoles. Todos habíamos hecho la guerra según las circunstancias que nos obligó a ello. La mayoría rondaban la cultura: Estudiantes, futuros artesanos, músicos, pintores, poetas, deportistas hasta un dinámico y optimista piloto aviador formado nada menos que en la Escuela del Ejercito del Aire de la Unión Soviética. Claro que no creo que pasara ninguno de los veinticinco años.
Bueno, lo cierto es que hemos entrado sin la menor contrariedad en esta luminosa ciudad donde la piedra centenaria y el viejo ladrillo árabe alternan con la andalucisima, deslumbrante e histórica cal de sus calles y callejas con cancelas que guardan patios umbrosos y perfumados por la “blancura pequeña del jazmín”
Con mi inseparable amigo Jorge de Sestao deambulábamos sin para ni Café por los viejos rincones de la antigua Ecija o las orillas calladas de su río.
Si por buena gente recordábamos con verdadero afecto al comandante aragonés de nuestro batallón que seguía en la alcalareña oromana de los pinos, más tuvimos que agradecer y ponderar al también aragonés que mandaba la Doma, Coronel de Caballería, aunque doctor en medicina, San Ricardo Rivas Vilaró, una maravilla de ser humano, más médico que militar. Un solo ejemplo lo definiría. Yo era el cartero de mi compañía. Don Ricardo, con otros jefes se dirigía al cuartel charlando amigablemente. Detrás le sigue su coche con dos caballos por si lo necesita. El se opone. Yo regresaba de correos cargado de correspondencia. Me alcanzan, me para a su derecha, me cuadro y le saludo. Entonces este coronel médico le dice al cochero: “Anda muchacho, lleva a este chico que viene cargado con las cartas” Y entré en el cuartel en el coche del coronel. Pues en este tono se desarrollaba la personalidad y conducta de aquel doctor en medicina y coronel de caballería que llegamos a llamarle San Ricardo.
“El tiempo dicen que lo borra to”. “No lo borra to”. El tiempo lo va pasando todo, día a día, por la criba de la resignación y el mejoramiento si es posible. Ya – en el caso que nos ocupa - dejándote (en buena hora) de martirizarte física y psíquicamente. Cuando parece que Dios te envía misericordiosos ejemplos de amor sorprendentemente surgidos dentro del mismo campo de la adversidad.
En esta solemne ciudad de altas torres elevadas en el cielo andaluz lo hemos llegado a pasar lo que verdaderamente se llama bien; un año jovial, alegre y perfumado por bellas mujeres de distinta condición. En Ecija ya fuimos – como en Alcalá - gentes, españoles...
Nosotros, nuestro grupo, los “seductores y seducidos”, sentimos muchisimo despedirnos de la llamada poéticamente Ciudad del Sol. Fue una mañana de verano, de risa y de lágrimas. Las niñas bien, angelicales y hasta tan valientes como para ser amigas de algunos de nosotros, las que debían correr las cortinas cuando la “Lola” viene bailando su perdición por las calles lorquianas, estuvieron a punto de encontrarse frente a frente con esa “Lola” ahora sin posibles cortinas que correr, pues la convergencia diferencial se produjo en la estación. Las niñas – algunas – de la buena sociedad astigitana, nos traían, simpática y afectuosamente, pai-pais de papel y el “adiós, adiós, buen viaje, cuando llegue escríbeme” de la Piqué.
La “Lola”, amante y amada, aunque no de papel también nos traía un abanico grande de besos y un solo adiós húmedo de lágrimas. Sincero cariño. Como otras veces es el tren quien nos avisa que debemos partir hasta los pies – esta vez – del tremendo Peñón de Gibraltar en guerra.
Luis Caballero Polo
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